Apple en Cupertino, un proyecto anacrónico
Por Marcelo Corti
Con una superficie de 250.000 m2
y un costo de 5 mil millones de dólares, Apple acaba de inaugurar su nueva sede
central en Cupertino, California, en la región de Bay Area o Silicon Valley,
como se prefiera). El mítico Steve Jobs dedicó buena parte de sus últimos meses
de vida a difundir el proyecto e incluso a defenderlo ante las autoridades y
funcionarios municipales para asegurar su aprobación.
Desde que circularon las primeras
imágenes del proyecto de Foster + Partners, muchos pensamos que el campus
resultaría un edificio muy adelantado en materia tecnológica pero con una
marcada impronta antiurbana en su concepción. “If you care about cities, Apple's
new campus sucks” (Sí te importan las ciudades, el nuevo campus de Apple apesta),
muy buena nota de Adam Rogers
en la Revista WIRED, comparte esa opinión y la fundamenta con datos precisos. No
se trata solamente de la autosuficiencia de su implantación ensimismada en un
entorno suburbano, reforzada por la forma de anillo o meganave espacial (Apple “produjo
un edificio con la forma de un ombligo, y luego lo contempló”, grafica Rogers),
sino de los impactos más generales que la obra generará en su ciudad y en la
región. Para Rogers, “La nueva sede de Apple es un edificio retrógrado,
literalmente hacia el interior, con desprecio por la ciudad donde vive y por
las ciudades en general. (…) Apple Park es un anacronismo envuelto en vidrio,
escondido en un barrio”.
La nota remite el marco
ideológico del nuevo edificio al de los edificios empresariales suburbanos de
la década de 1950, expresión corporativa de la “huida blanca” a las periferias
apoyada en el uso del automóvil privado. Paradójicamente, la empresa que en
productos como la Mac o el I-phone define el futuro de la tecnología y de las
comunicaciones, exacerba en su propia sede los “graves problemas endémicos” de
los suburbios heredados del siglo XX: transporte, vivienda y economía.
Según la Evaluación de Impacto
Ambiental del proyecto, la demanda de vivienda en Cupertino se elevará en un
284% a partir de la localización de Apple, sin que existan mecanismos
financieros que permitan a la ciudad responder adecuadamente y de una manera
accesible a los nuevos requerimientos. “Entre 2010 y 2015 el Área de la Bahía
de San Francisco agregó 640.000 empleos, con más de un tercio de ese
crecimiento en tecnología [señala Rogers]. Pero la región no agregó suficiente
vivienda. Con la excepción de un pico durante los años de auge que llevaron a
la recesión de 2008, el número de nuevas unidades de vivienda construidas en la
ciudad de San Francisco ha descendido constantemente y lo mismo ocurre con
otras ciudades de la Bahía. Esto es lo que sucede cuando la oferta no logra
satisfacer la demanda: El precio medio de una casa en el área de la bahía ha
subido a 800.000 dólares. Es aún más alto en Silicon Valley”.
Otros problemas que trae el
proyecto son el cierre de una calle importante por necesidades de seguridad del
campus, la afectación de un predio previsto originalmente como espacio público
y la dependencia del automóvil privado para el acceso de los empleados. Todo
ello, complicado por la asimetría de poderes entre una gran corporación y un pequeño
municipio. “Puede parecer un círculo”, concluye Rogers, pero en realidad el
campus de Apple “es una pirámide, un monumento más adecuado para un pasado
desaparecido que para un futuro complicado”.
Mientras tanto, el autor del
proyecto presentó hace unos días en Madrid su Fundación Norman Foster con el Forum
Futures is now (El futuro está aquí). Quizás algo de estas contradicciones
entre modernidad tecnológica y anacronismo urbanístico haya sido captado por la
siempre sagaz Anatxu Zabalbeascoa en su crónica del encuentro para El País: ¿De qué hablamos cuando hablamos de
“la gente”? “Todos los ilustres invitados hablaron de la gente. Pero o no se referían a
la misma gente o defendían cosas contrapuestas utilizando la misma palabra”...
MC
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