viernes, 9 de junio de 2017

Apple en Cupertino, un proyecto anacrónico
Por Marcelo Corti

Con una superficie de 250.000 m2 y un costo de 5 mil millones de dólares, Apple acaba de inaugurar su nueva sede central en Cupertino, California, en la región de Bay Area o Silicon Valley, como se prefiera). El mítico Steve Jobs dedicó buena parte de sus últimos meses de vida a difundir el proyecto e incluso a defenderlo ante las autoridades y funcionarios municipales para asegurar su aprobación.


Desde que circularon las primeras imágenes del proyecto de Foster + Partners, muchos pensamos que el campus resultaría un edificio muy adelantado en materia tecnológica pero con una marcada impronta antiurbana en su concepción. “If you care about cities, Apple's new campus sucks” (Sí te importan las ciudades, el nuevo campus de Apple apesta), muy buena nota de Adam Rogers en la Revista WIRED, comparte esa opinión y la fundamenta con datos precisos. No se trata solamente de la autosuficiencia de su implantación ensimismada en un entorno suburbano, reforzada por la forma de anillo o meganave espacial (Apple “produjo un edificio con la forma de un ombligo, y luego lo contempló”, grafica Rogers), sino de los impactos más generales que la obra generará en su ciudad y en la región. Para Rogers, “La nueva sede de Apple es un edificio retrógrado, literalmente hacia el interior, con desprecio por la ciudad donde vive y por las ciudades en general. (…) Apple Park es un anacronismo envuelto en vidrio, escondido en un barrio”.
La nota remite el marco ideológico del nuevo edificio al de los edificios empresariales suburbanos de la década de 1950, expresión corporativa de la “huida blanca” a las periferias apoyada en el uso del automóvil privado. Paradójicamente, la empresa que en productos como la Mac o el I-phone define el futuro de la tecnología y de las comunicaciones, exacerba en su propia sede los “graves problemas endémicos” de los suburbios heredados del siglo XX: transporte, vivienda y economía.
Según la Evaluación de Impacto Ambiental del proyecto, la demanda de vivienda en Cupertino se elevará en un 284% a partir de la localización de Apple, sin que existan mecanismos financieros que permitan a la ciudad responder adecuadamente y de una manera accesible a los nuevos requerimientos. “Entre 2010 y 2015 el Área de la Bahía de San Francisco agregó 640.000 empleos, con más de un tercio de ese crecimiento en tecnología [señala Rogers]. Pero la región no agregó suficiente vivienda. Con la excepción de un pico durante los años de auge que llevaron a la recesión de 2008, el número de nuevas unidades de vivienda construidas en la ciudad de San Francisco ha descendido constantemente y lo mismo ocurre con otras ciudades de la Bahía. Esto es lo que sucede cuando la oferta no logra satisfacer la demanda: El precio medio de una casa en el área de la bahía ha subido a 800.000 dólares. Es aún más alto en Silicon Valley”.
Otros problemas que trae el proyecto son el cierre de una calle importante por necesidades de seguridad del campus, la afectación de un predio previsto originalmente como espacio público y la dependencia del automóvil privado para el acceso de los empleados. Todo ello, complicado por la asimetría de poderes entre una gran corporación y un pequeño municipio. “Puede parecer un círculo”, concluye Rogers, pero en realidad el campus de Apple “es una pirámide, un monumento más adecuado para un pasado desaparecido que para un futuro complicado”.


Mientras tanto, el autor del proyecto presentó hace unos días en Madrid su Fundación Norman Foster con el Forum Futures is now (El futuro está aquí). Quizás algo de estas contradicciones entre modernidad tecnológica y anacronismo urbanístico haya sido captado por la siempre sagaz Anatxu Zabalbeascoa en su crónica del encuentro para El País: ¿De qué hablamos cuando hablamos de “la gente”? “Todos los ilustres invitados hablaron de la gente. Pero o no se referían a la misma gente o defendían cosas contrapuestas utilizando la misma palabra”...
MC




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